lunes, 2 de abril de 2007

Programa 29 - 03 - 2007

La violencia y el fútbol

¿Dónde está el huevo de la serpiente? El escritor mexicano Carlos Fuentes escribió en un artículo publicado en El País, de Madrid, España, que "si pudiéramos reducir la población de la Tierra a una aldea con sólo cien habitantes, pero con los mismos porcentajes humanos actuales, nos encontraríamos con el siguiente resultado: habría 57 asiáticos, 21 europeos, 14 personas de las Américas y 8 africanos". Este artículo que comienza como una estadística sin grandes connotaciones para un sencillo ciudadano se convierte, en dos o tres párrafos, y utilizando el mismo y sencillo recurso expuesto más arriba, en una síntesis, irrefutable y terminal, que muestra la más aberrante faceta de la insensibilidad e injusticia de este fin de milenio. Continúa Carlos Fuentes La mitad de la riqueza total del mundo estaría en manos de seis personas. Ochenta vivirían en casas de baja calidad, setenta serían iletrados. Cincuenta estarían desnutridas. Uno estaría a punto de fallecer y otro de nacer. Sólo una entre cien personas tendría formación universitaria.


Si bien esta afirmación del autor de La muerte de Artemio Cruz puede parecer una verdad de perogrullo, creo que es un preámbulo recordatorio y necesario para muchos hombres serios que manejan nuestras vidas: de esos cien aldeanos, el setenta por ciento sería analfabeto, y tal vez esto nos indica el único camino para encontrar la salida a un gran problema.


El flagelo de la violencia clava cada día más hondo su puñal en el corazón del fútbol, mientras en Latinoamérica lo vemos como una realidad más de nuestra vida cotidiana que tiene reservada su trágica página en los periódicos del lunes.


Tanto la clase política como los dirigentes de los clubes de fútbol se hacen los desentendidos del tema y culpan a todos los hinchas por los desmanes que hacen un grupo minúsculo, al cual tienen perfectamente identificados. Parece ser que estos supuestos seis aldeanos, que tienen la responsabilidad de organizar, para placer de todos, este hermoso juego-espectáculo, culpan a el resto, de la imposibilidad de que ellos mismos disfruten de esta fiesta. O, en el mejor de los casos, manejando el 50% de la riqueza, no logran garantizar que un minúsculo grupo al cual, repito, muchos tienen perfectamente individualizado, convierta lo que fue y debería ser una fiesta, más cercana al arte que a la guerra, en un cúmulo de expresiones de miedo, violencia, inseguridad...


Un clásico entre Colo-Colo y la Universidad Católica en Santiago de Chile o Peñarol-Nacional en Montevideo, por no hablar de Boca-River en Buenos Aires, transforma a estas pintorescas ciudades, que soñamos teñidas por la mágica paleta de colores de los grandes, donde el tiempo se detenía en un instante en la emoción del sonido de gol en una radio en las cercanías del estadio, y la categórica y lapidaria confirmación a lo lejos de la parcialidad del equipo que se acerca al milagro victorioso del domingo, en verdaderas zonas militarizadas, en persianas cerradas y corazones y vecindades parapetadas, en angustiosas esperas de retornos.


Día a día leo y escucho que el único remedio a este mal es incrementar la represión y aumentar la mano dura. Pero a cada momento veo que este remedio no cura el mal y sólo deja contentos a una clase política oportunista y a una prensa obsecuente. Nadie trata de ver (y mucho menos, se atreve a decir) qué hay detrás de esos hinchas violentos. El problema aparece como complejo, pero esa es una visión que nos quieren imponer los que no pueden o no quieren afrontar el problema y no se atreven a llamar las cosas por su nombre.

Son los que no dicen que los dueños del Gran Negocio sólo atienden sus mezquinos intereses y no les interesa que la familia vuelva a la cancha, aún cuando esto no atenta contra sus análisis mercadotécnicos (sino más bien lo contrario), o que hay muchos dirigentes que apañan y manejan a esos grupos de inadaptados a favor de macabros intereses y aberrantes metodologías, y también determinados sectores de la prensa, que parecen dictadores eufóricos arengando a la violencia cuando no se gana, o algún jugador no ha tenido la eficiencia necesaria y esperada, desde la irresponsabilidad entonces a los generadores y dueños, junto con la gente, de este hermoso juego-espectáculo, y desde la triste cobardía del efímero dictador que jamás pisó ni pisará el verde y glorioso campo de batalla, y en muchos casos, ni siquiera fue un soldado ocupando su digno y memorable puesto en el tablón de la popular. Son los que no se enteran ni se sensibilizan con los artículos de Carlos Fuentes, ni lo harán cuando un día los periódicos deportivos digan que a la jornada del domingo, asistieron tantas decenas de miles de hinchas, y sólo el 10% regresó ileso y algún otro porcentaje nunca regresó. Que se archive en estadística. Y por último, el Estado, ausente en todo momento, con una ausencia en Latinoamérica cada vez más patética. Desapareció no sólo en su función de controlar instituciones, como a los clubes de fútbol y a sus dirigentes, sino que prácticamente está ausente de áreas vitales para un país, como son la educación, la salud y claro está, la seguridad. Ahí está el huevo de la serpiente, que envenena de marginación estas tierras y está matando al fútbol y a los hinchas, que vivimos este hermoso deporte. Más comentarios de la forma de envío.

César Luis Menotti Campeón del mundo con la selección argentina en 1978 y entrenador profesional


Una receta para ganar siempre

No se trata de un esquema posicional. Es algo sentimental.
A tomar nota los técnicos, porque esta receta nunca falla.
Pues bien: sostengo que el afecto entre los integrantes de un equipo, lo
torna invencible.
Por eso no debemos burlarnos socarronamente de aquellos que hablan del
"grupo humano". Algo sospechan estos caballeros.
Yo recién lo descubrí hace poco. Una frase de Menotti me lo reveló.
El flaco le puso nombre a algo que yo sentía desde hacía mucho tiempo.
¿Por qué uno quiere en su equipo a ciertos tipos?
¿Porque juegan bien? ¿Porque se adaptan mejor al juego de uno? No. Uno los
elige porque los quiere más. Ahora lo sé bien. Y sé que nunca podría jugar un
buen partido con compañeros a quienes detestara. Es así.
Uno está dispuesto a alentar al que se equivoca, si hay afecto.
Uno ayuda al que está en apuros, si hay afecto.
Uno se mata cuando escucha al amigo que le grita "Bien, Negro".
Y este afecto, este viril cariño, es lo mejor que tiene el fútbol.
Este juego, señores, no es una escuela de vida, ni una filosofía, ni una
cosmovisión, como pretenden hoy en día los deportistas presuntuosos. Pero el
solo hecho de aprender a cinchar por un fin común y sacar la cara por el
compañero basta para recomendar su práctica con todo calor.

El puntero llega al fondo de la cancha. Se dispone a lanzar centro.
Yo estoy en el medio del área. Muy marcado.
El puntero no centrea. Elude a su marcador y se viene hacia el área.
Uno de los que me marcaba lo va a buscar. En ese momento me la toca.
La pelota viene rasante, firme. Yo presiento algo detrás mío.
Amago el remate, pero abro las piernas y la dejo pasar.
A mis espaldas entra, imparable, el compañero. Le pega un derechazo
terrible. Gol.
Cuando vuelve me guiña el ojo. Al pasar me toca, apenas. Casi sin mirarlo le
digo "Bien, che".
He pensado en él. He confiado en él. Somos amigos. Soy feliz.
Buenas tardes.

Alejandro Dolina


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