
La violencia y el fútbol
Si bien esta afirmación del autor de La muerte de Artemio Cruz puede parecer una verdad de perogrullo, creo que es un preámbulo recordatorio y necesario para muchos hombres serios que manejan nuestras vidas: de esos cien aldeanos, el setenta por ciento sería analfabeto, y tal vez esto nos indica el único camino para encontrar la salida a un gran problema.
El flagelo de la violencia clava cada día más hondo su puñal en el corazón del fútbol, mientras en Latinoamérica lo vemos como una realidad más de nuestra vida cotidiana que tiene reservada su trágica página en los periódicos del lunes.
Tanto la clase política como los dirigentes de los clubes de fútbol se hacen los desentendidos del tema y culpan a todos los hinchas por los desmanes que hacen un grupo minúsculo, al cual tienen perfectamente identificados. Parece ser que estos supuestos seis aldeanos, que tienen la responsabilidad de organizar, para placer de todos, este hermoso juego-espectáculo, culpan a el resto, de la imposibilidad de que ellos mismos disfruten de esta fiesta. O, en el mejor de los casos, manejando el 50% de la riqueza, no logran garantizar que un minúsculo grupo al cual, repito, muchos tienen perfectamente individualizado, convierta lo que fue y debería ser una fiesta, más cercana al arte que a la guerra, en un cúmulo de expresiones de miedo, violencia, inseguridad...
Un clásico entre Colo-Colo y
Día a día leo y escucho que el único remedio a este mal es incrementar la represión y aumentar la mano dura. Pero a cada momento veo que este remedio no cura el mal y sólo deja contentos a una clase política oportunista y a una prensa obsecuente. Nadie trata de ver (y mucho menos, se atreve a decir) qué hay detrás de esos hinchas violentos. El problema aparece como complejo, pero esa es una visión que nos quieren imponer los que no pueden o no quieren afrontar el problema y no se atreven a llamar las cosas por su nombre.
Son los que no dicen que los dueños del Gran Negocio sólo atienden sus mezquinos intereses y no les interesa que la familia vuelva a la cancha, aún cuando esto no atenta contra sus análisis mercadotécnicos (sino más bien lo contrario), o que hay muchos dirigentes que apañan y manejan a esos grupos de inadaptados a favor de macabros intereses y aberrantes metodologías, y también determinados sectores de la prensa, que parecen dictadores eufóricos arengando a la violencia cuando no se gana, o algún jugador no ha tenido la eficiencia necesaria y esperada, desde la irresponsabilidad entonces a los generadores y dueños, junto con la gente, de este hermoso juego-espectáculo, y desde la triste cobardía del efímero dictador que jamás pisó ni pisará el verde y glorioso campo de batalla, y en muchos casos, ni siquiera fue un soldado ocupando su digno y memorable puesto en el tablón de la popular. Son los que no se enteran ni se sensibilizan con los artículos de Carlos Fuentes, ni lo harán cuando un día los periódicos deportivos digan que a la jornada del domingo, asistieron tantas decenas de miles de hinchas, y sólo el 10% regresó ileso y algún otro porcentaje nunca regresó. Que se archive en estadística. Y por último, el Estado, ausente en todo momento, con una ausencia en Latinoamérica cada vez más patética. Desapareció no sólo en su función de controlar instituciones, como a los clubes de fútbol y a sus dirigentes, sino que prácticamente está ausente de áreas vitales para un país, como son la educación, la salud y claro está, la seguridad. Ahí está el huevo de la serpiente, que envenena de marginación estas tierras y está matando al fútbol y a los hinchas, que vivimos este hermoso deporte. Más comentarios de la forma de envío.
Una receta para ganar siempre
No se trata de un esquema posicional. Es algo sentimental.
A tomar nota los técnicos, porque esta receta nunca falla.
Pues bien: sostengo que el afecto entre los integrantes de un equipo, lo
torna invencible.
Por eso no debemos burlarnos socarronamente de aquellos que hablan del
"grupo humano". Algo sospechan estos caballeros.
Yo recién lo descubrí hace poco. Una frase de Menotti me lo reveló.
El flaco le puso nombre a algo que yo sentía desde hacía mucho tiempo.
¿Por qué uno quiere en su equipo a ciertos tipos?
¿Porque juegan bien? ¿Porque se adaptan mejor al juego de uno? No. Uno los
elige porque los quiere más. Ahora lo sé bien. Y sé que nunca podría jugar un
buen partido con compañeros a quienes detestara. Es así.
Uno está dispuesto a alentar al que se equivoca, si hay afecto.
Uno ayuda al que está en apuros, si hay afecto.
Uno se mata cuando escucha al amigo que le grita "Bien, Negro".
Y este afecto, este viril cariño, es lo mejor que tiene el fútbol.
Este juego, señores, no es una escuela de vida, ni una filosofía, ni una
cosmovisión, como pretenden hoy en día los deportistas presuntuosos. Pero el
solo hecho de aprender a cinchar por un fin común y sacar la cara por el
compañero basta para recomendar su práctica con todo calor.
El puntero llega al fondo de la cancha. Se dispone a lanzar centro.
Yo estoy en el medio del área. Muy marcado.
El puntero no centrea. Elude a su marcador y se viene hacia el área.
Uno de los que me marcaba lo va a buscar. En ese momento me la toca.
La pelota viene rasante, firme. Yo presiento algo detrás mío.
Amago el remate, pero abro las piernas y la dejo pasar.
A mis espaldas entra, imparable, el compañero. Le pega un derechazo
terrible. Gol.
Cuando vuelve me guiña el ojo. Al pasar me toca, apenas. Casi sin mirarlo le
digo "Bien, che".
He pensado en él. He confiado en él. Somos amigos. Soy feliz.
Buenas tardes.
Alejandro Dolina
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