martes, 27 de abril de 2010

Mundial 1962.


El Mundial del 66

Los militares bañaban a Indonesia en sangre, medio
millón de muertos, un millón, quién sabe, y el general
Suharto iniciaba su larga dictadura asesinando a los
pocos rojos, rosados o dudosos que quedaban vivos. Otros
militares volteaban a N’Krumah, presidente de Guinea y
profeta de la unidad africana, mientras sus colegas de
Argentina desalojaban al presidente Illia por golpe de
Estado.
Por primera vez en la historia, una mujer, Indira
Gandhi, gobernaba la India. Los estudiantes echaban
abajo a la dictadura militar del Ecuador. La aviación de
los Estados Unidos bombardeaba Hanoi, en una nueva
ofensiva, pero en la opinión pública norteamericana crec
ía la certeza de que nunca debían haber entrado en
Vietnam, que no debían haberse quedado y que debían
salir cuanto antes.
Truman Capote publicaba A sangre fría. Aparecían
Cien años de soledad, de García Márquez, y Paradiso,
de Lezama Lima. El cura Camilo Torres caía peleando
en las montañas de Colombia, el Che Guevara cabalgaba
su flaco Rocinante por los campos de Bolivia, Mao
desataba la revolución cultural en China. Varias bombas
atómicas caían en la costa española de Almería, y
aunque no estallaban, sembraban el pánico. Fuentes bien
informadas de Miami anunciaban la inminente caída
deFidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de
horas.
En Londres, Harold Wilson mascaba su pipa y celebraba
la victoria en las elecciones, las muchachas andaban
en minifalda, Carnaby Street dictaba la moda y todo
el mundo tarareaba las canciones de los Beatles, mientras
se inauguraba el octavo Campeonato Mundial de
Fútbol.
Éste fue el último Mundial de Garrincha, y también fue
la despedida del arquero mexicano Antonio Carbajal, el
único jugador que había estado cinco veces en el torneo.
Participaron dieciséis equipos: diez europeos, cinco
americanos y, cosa rara, Corea del Norte. Asombrosamente,
la selección coreana eliminó a Italia con gol de
Pak, un dentista de la ciudad de Pyongyang que practicaba
el fútbol en sus ratos libres. En la selección italiana
jugaban nada menos que Gianni Rivera y Sandro
Mazzola. Pier Paolo Pasolini decía que ellos jugaban al
fútbol en buena prosa interrumpida por versos
fulgurantes, pero el dentista los dejó mudos.
Por primera vez se transmitió todo el campeonato en
directo, vía satélite, y el mundo entero pudo ver, todavía
en blanco y negro, el show de los jueces. En el mundial
anterior, los jueces europeos habían arbitrado 26 partidos;
en éste, dirigieron 24 de los 32 partidos disputados.
Un juez alemán obsequió a Inglaterra el partido
contra Argentina, mientras un juez inglés regalaba a
Alemania el partido contra Uruguay. Brasil no tuvo mejor
suerte: Pelé fue impunemente cazado a patadas por
Bulgaria y Portugal, que lo desalojaron del campeonato.
La reina Isabel asistió a la final. No gritó ningún gol,
pero aplaudió discretamente. El Mundial se definió entre
la Inglaterra de Bobby Charlton, hombre de temible
empuje y puntería, y la Alemania de Beckenbauer, que
recién empezaba su carrera y ya jugaba de galera, guantes
y bastón. Alguien había robado la copa Rimet, pero
un perro llamado Pickles la encontró tirada en un jardín
de Londres. Así, el trofeo pudo llegar a tiempo a manos
del vencedor. Inglaterra se impuso 4 a 2. Portugal entró
tercero. En cuarto lugar, la Unión Soviética. La reina
Isabel otorgó título de nobleza a Alf Ramsey, el director
técnico de la selección triunfante, y el perro Pickles se
convirtió en héroe nacional.
El Mundial del 66 fue usurpado por las tácticas defensivas.
Todos los equipos practicaban el cerrojo y dejaban
un jugador escoba barriendo la línea final detrás de los zagueros.
Sin embargo, Eusebio, el artillero africano de Portugal,
pudo atravesar nueve veces esas impenetrables
murallas en las retaguardias rivales. Tras él, en la lista
de goleadores, figuró el alemán Haller, con seis tantos.

Eduardo Galeano





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