EL PELÉ BLANCO
Cuando Brasil parecía haberse quedado sin héroes futboleros, un joven muy flaco, de a penas 18 años, debutaba en la primera división del Flamengo, uno de los clubes más importantes del país vecino.
Aquél chico, quien apodaban Zico, había nacido en la cosmopolita Río de Janeiro el 3 de marzo de 1953. Rodeado de hermanos que se dedicaban al fútbol, no pudo ser menos y, desde su infancia, comenzó a frecuentar al club carioca más popular. Celso García es el nombre a quien se le atribuye haberlo descubierto cuando Arthur Antunes Coimbra (ese es su nombre), tan sólo tenía 13 años. Desde ese momento, su carrera ascendente dentro del club, fue imparable.
Desde que llegó a la primera del Flamengo desempeñó la posición de mediocampista ofensivo. Pero, claro, era dueño de unos condimentos técnicos que lo hacían diferente. Poseía una capacidad asombrosa para irse al ataque y poner en jaque a cualquier defensa rival. Mucho talento. Exquisito dominio del balón. Y, como si faltase algo más, era un especialista en los lanzamientos de pelota parada.
Así, fue construyendo su nombre dentro del campo de juego brasileño. La torcida del Flamengo comenzó a adorarlo con apenas conocerlo. El resto del país, amante del jogo bonito, reconocía en Zico al justo heredero del rey Pelé.
El carioca hizo su debut en la verde amarela frente a Uruguay allí por 1976. Y, no solamente fue su partido número uno con el scrach, sino que fue, justamente, en ese partido donde marcó uno de los mejores goles de su carrera. Con la selección mayor disputó tres mundiales: 1978-1982-1986.
Por esas cosas de mezquindad que tiene la vida, en algunas ocasiones, no pudo brillar en ninguna de las tres contiendas mundialistas. Pese a ello, siempre siguió siendo el preferido del público brasileño.
Tuvo una aparición fugaz en el fútbol italiano, cuando fichó para el Udinese. Pero la difícil adaptación al viejo continente y una pasión desmedida por el club de sus amores, hicieron que volviera al Brasil tropical. Allí fue donde se retiró de las competiciones oficiales en diciembre de 1989. Fin de la década, fin de la carrera de uno de los más brillantes jugadores.
A comienzos de la década del 90 le realizaron su despedida en el Maracaná, como no podía ser de otro modo, donde el Flamengo se enfrentó con un combinado de jugadores del mundo. Aquél partido, a pesar de ser un partido no oficial, dejó en claro que en un momento en el que el fútbol estaba perdiendo su sentido lúdico (tendencia que se conserva al día de hoy), en pos de la filosofía del miedo, de defender con diez para no perder, de combatir para destruir y no para crear, en esa época, Zico demostró la pasión por el fútbol hasta en el último momento que sus pies tocaron el balón. Hacía tiempo que no se veía rebalsar el estadio más grande de Brasil. Fue la despedida del crack quien convocó a cientos de miles de aficionados que querían verlo, por última vez, con la camiseta del equipo de sus amores.
Zico ha sido el espejo en el que varias generaciones de futbolistas se miraron durante los años 80. En una etapa de transición en la que los brasileños carecían de un ídolo para repetir los triunfos de antaño, allí apareció él: hábil, inteligente, con un gran olfato de gol. Su corto paso por el fútbol del Japón, deja uno de los relatos más sentidos que nos llegue sobre este jugador:
Fue en 1993. En Tokio, el club Kashima disputaba
- Cuéntenme ese gol - pedían los ciegos.
2 comentarios:
Siempre me queda la duda.
Zico fue mas o menos que Rivaldo?
Saludos.
maaaaaaaaaaaaaaaaassssssssssssss claro que si y mira que soy mexicano
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