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Guillermo Barros Schelotto
En medio de una crisis que parecía interminable, llegaste a Boca en una especie
de paquete, un combo junto con tu hermano. Corría el año 97 y el club de la ribera atravesaba una sequía de mas de cinco años sin títulos. Era un club, pero parecía un cabaret según uno de los propios jugadores de la institución.
Tu Curriculum Vitae, solamente tenía un trabajo previo en un club de
Héctor Veira asumía como técnico de Boca buscando el ansiado titulo, y para poder conseguirlo le pidió al presidente del club tenerte como refuerzo junto con otro delantero mas, tu peor enemigo.
La convivencia no te fue fácil y el comienzo no fue el mejor. Un nene de pecho te peleaba el puesto: el “pájaro” Caniggia.
Ese torneo, Boca salió segundo, a un punto de su máximo rival, el River de “Ramón”.
Tu historia en Boca no había empezado bien, alternabas como suplente y para colmo no se había conseguido el objetivo. Pero todo cambio a fines de ese año. Un tal Carlos Bianchi asumía como técnico y en el primer entrenamiento te dijo que ibas a ser titular junto con Martín Palermo.
Las peleas quedaron de lado y empezaste a consolidarte como titular. Boca arrasaba a todos los rivales que se le cruzaban y con tus gambetas, piques, enganches y picardías de a poco te fuiste transformando en el jugador más importante que yo he visto en mi vida.
Fuiste bicampeón del fútbol argentino y las ofertas empezaron a llover para que tu destino fuera Europa. Pero le dijiste que no a
Hoy pasaron diez años de tu llegada al club y aun seguís acá. Hubo buenos y malos momentos. Pero hay cosas que el hincha no puede olvidar.
Ese gol a Talleres, faltando 3 fechas para el final, con una lluvia tremenda en la bombonera. Agarraste la pelota en posición de 8 y empezaste una diagonal tremenda hacia la izquierda. Pasaron de largo cinco jugadores del rival y definiste cruzado. Ahí me di cuenta de que eras distinto.
Fuiste campeón de la copa libertadores del 2000 pero una lesión te obligo a quedarte afuera de los partidos mas importantes incluida la final de la intercontinental con el Real Madrid.
Te terminaste de ganar el corazón del hincha de Boca en aquel partido con River. Esa tarde el conjunto de Núñez había hecho un primer tiempo fantástico y ganaba 2-0, pero apareciste como un rayo y con dos diagonales empataste el partido.
A veces creo que sos ideal para arruinar fiestas ajenas.
En la copa de 2003 enmudeciste a 70000 personas y con 3 goles le diste la clasificación a Boca para cuartos de final.
Todo era color de rosa y el romance con el hincha cada vez era mas grande.
Sao Caetano ya te había sufrido, pero en 2004 provocaste una revolución. El estadio Monumental de Núñez albergaba mas de 75000 hinchas, todos del local. Boca la pasaba mal y no sólo estaba perdiendo sino que estaba al borde de la eliminación. Pero faltando 8 minutos hiciste una de las tuyas.. En una misma jugada hiciste echar a dos jugadores de River. Boca empató ese partido y luego lo ganó por penales.
Ese día jugaste en reserva... El técnico de turno de la primera no te valoraba y asomaba en primera un tal Rodrigo Palacio que la rompía. Pero sos tan grande que hasta armaste un complot en contra de los cantos de tu hinchada. Esa canción que dice: “Los técnicos se irán, los jugadores pasaran..” y vos no pasaste nunca. Vos te quedaste porque el amor que nosotros te tenemos es incondicional y sentimos que es reciproco. Si hasta el más grande de todos te colgó una bandera diciendo que te ama.
Ese amor que vos nos tenés hizo que nunca te pusieras en contra del club porque no jugabas. Y mirá que tenes banca como para armar una rebelión...
Algunos dicen que estas muerto. Yo me rehúso a esa gilada porque tengo memoria, porque te respeto, y porque siento que aun podes seguir demostrando. Por todo esto te pido que en Junio, esa decisión que ya tomaste, la puedas modificar y si te tenes que ir, el hincha de Boca te va a respetar, porque ya diste mucho mas dentro de una cancha de lo que nosotros te podemos retribuir de afuera
Gracias Guillermo.
Martín Gallo
De cómo el Pulga consiguó el campeonato del mundo
todo parece inmóvil.
Pero hubo una vez un boxeador distinto, al que tuve el honor de entrenar, un personaje encantador que se hacía llamar El Pulga y que, entre otras cosas, tenía la particular virtud de ser invencible. La Historia era su gran secreto, era lo que lo distinguía del resto y también lo que le permitía vencer: cada vez que subía al cuadrilátero representaba en su imaginación una batalla distinta. Basaba su estrategia en heroicas epopeyas, en hazañas imposibles, y así el Pulga, que era un hombre bondadoso y aborrecía la violencia, evitaba pensar que era él quien subí a alastimar a otra persona. Pero déjenme que les cuente del día en que este chico, sin que nadie lo esperara, consiguió el campeonato de mundo.
Salió del vestuario, solo. Ni siquiera el grito del público lo acompañaba mientras se acercaba al cuadrilátero. Pasó inadvertido, como si no existiera, como si no se tratara del futuro campeón.
El venezolano Carlos Nevares, a quien llamaban “el tifón de Caracas” era quince centímetros más alto que el Pulga, era largo de brazos, macizo. No era un gran deportista, no tenía juego de piernas y por su escasa movilidad de cintura mal podía eludir ataques reiterados. Pero su forma de golpear, recto al adversario, sin distracciones ni estridencias, le había valido varias victorias por puntos que lo llevaron a convertirse en campeón.
Era de esperar que Nevares eligiese la estrategia del enfrentamiento directo: golpeaba a mano alzada sobre el rostro del Pulga, quien al comenzar cada encuentro prefería recibir unos cuantos golpes para conocer mejor a su oponente. Las manos del venezolano impactaban sobre el Pulga compactas y poderosas, la superioridad numérica de los romanos era abrumadora. Habían elegido un terreno neutro, de llanura, para no tener sorpresas. Por un lado los protegía el río Aufidio y por el otro la montaña y la ciudadela abandonada de Cannas. Confiaban demasiado en el poderío de sus falanges que impactaban, compactas y poderosas, como golpes certeros. Protegidos sus flancos por el río y el monte, los romanos creyeron hallarse a salvo de las peligrosas y envolventes maniobras del enemigo.
El Pulga era lanzado contra las cuerdas por la violencia de los golpes, y recibía su castigo sin siquiera intentar aferrarse a su oponente. Todos en el estadio creían que sería derrotado: no trataba de utilizar sus brazos para defenderse, sino que los mantenía caídos sobre las cuerdas que soportaban el peso del ataque. Quien hubiera prestado atención, acaso hubiese notado que el Pulga formaba con sus brazos una medio luna convexa, pero el público sólo podía ver la violencia con la que Nevares cargaba contra un rival que, según todos anticipaban, no tardaría mucho en caer. Los golpes del Tifón de Caracas eran asestados con la paciencia de los enemigos inmemoriales, lanzas que se calvan en la carne lo necesario para que el odio y el rival sobrevivan sólo un poco más, entonces los romanos pensaron que habían logrado vencer al odiado Aníbal, pero éste había reservado a sus enemigos una buena sorpresa: el empuje de la embestida romana era tal que la media luna se fue plegando sobre sí, pasando de ser convexa a cóncava. La trampa se hallaba dispuesta: las primeras líneas de ataque intentaron retroceder, pero el impulso de la embestida hizo que las legiones, tan numerosas, se atascasen dentro de la media luna en aquel espacio pequeño en el que momentos antes se habían creído a salvo.
El venezolano, aturdido por una avalancha de inesperados golpes al cuerpo, de punzantes espadas cortas como aquellas que usaran los españoles, pensó en retroceder, pero no pudo: le había dado tal resultado aquella táctica que se negaba a abandonarla. Seguiría golpeando ese detestable rostro ensangrentado y tal vez en algún momento lo haría caer. Sin embargo, sus brazos no podían evitar el asedio enemigo. La pelea cuerpo a cuerpo, abrazo de una mujer no deseada, colmaba de ira y de impotencia al venezolano que había quedado inmóvil por la velocidad del ataque rival. De pronto Nevares vio las piernas de una hermosa mujer que guardaba un cartel con la inscripción del número nueve: el round al que Nevares nunca llegaría, la peor derrota de su ejército.
Y así fue que el Pulga, este chico que aborrecía la violencia, conquistó el título del mundo. Se abrió paso entre el tumulto que se había formado a la salida del estadio y anduvo solo por las calles, mientras los bares se llenaban de gente con colmadas copas de champagne, dibujos de espuma que cubren todo excepto la estruendosa alegría de quienes apostaron por el Pulga. Copas que se levantan en su honor en los lugares donde se televisó la pelea, esos dibujos de gloria que cubren todo excepto la calle desolada. Allí, en medio de aquella algarabía, el Pulga, como si no existiese, como si él no fuera el héroe de aquellas peleas, pasó frente a uno de esos bares con la amarga certeza de saber que no hay ganadores, que en las batallas sólo existe la derrota.
1 comentario:
Estos textos son un fiel reflejo de la pasión con la que todos los jueves llevan a cabo este proyecto que, hace ya casi un año, decidieron emprender. Que uno escriba de la forma que escribe; que el otro interprete del modo que lo hace, habla claramente de esa pasión. Y es, jutamente, esa pasión, la que hace que las cosas valgan la pena. Vaya, entonces, este saludo por haber sabido crecer durante este último año, porque la motivación siga intacta como hasta hoy y por dejarme compartir con ustedes tantos momentos increíbles.
Evi.
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