domingo, 24 de febrero de 2008

Barrita.


JOSÉ BARRITA


A principios de la década de los 80, cuando en Argentina no existía un atisbo de vida democrática, quedaban algunos lugares donde, paradójicamente, el voto (como mero símbolo de la bendita democracia) seguía su curso. Era el caso de los clubes de fútbol y Boca Juniors gozaba de ese, por entonces, privilegio. Claro, también padecía la fortísima crisis económica que atravesaba el país. Para el año 81, Boca ya era considerado uno de los clubes más importantes de país, sino el más importante. Su hinchada, una de las más apasionadas del fútbol mundial. Pero algo o alguien existía detrás de aquella populosa afición. Aparecía, entonces, un nombre: Quique “el carnicero”. Él era quien manejaba los hilos de la hinchada de Boca; mejor dicho, de la barrabrava de Boca. Pero un día 1981 cuando la barra viajaba al interior para seguir al equipo de sus amores, un hombre de cabello blanco, se presentó ante el tal Quique, sacó de su saco un revólver calibre 38, le apuntó a la cabeza, y le dijo que desde ese momento él sería quien comandara a la parte más radical de la afición del club más popular del país. Así nacía la leyenda, de José Barrita, apodado “El abuelo” por ese cabello cubierto de canas.

Había nacido en Spilinga, un pueblito de la región de Cattanzaro en la provincia de Calabria, el 5 de enero de 1953, hasta
que sus padres decidierion venir a vivir a la Argentina para hacerce la América.
As
í, empezaba una leyenda con tono mafioso que trascendería toda la historia de la barrabrava del club de la Ribera. Curioso fue, que quien se autodesignara líder de la Doce, proviniera de San Justo y no de la Boca.

Comenzó a tejer una relación muy estrecha con Antonio Alegre, por entonces presidente de la institución, que le valió el reconocimiento dentro del club. Pero a los “machos” se los conoce por los hechos. Por eso, El Abuelo, recurrió a las armas para ganarse el respeto de la Doce, tal era el nombre de la barra de Boca, amedrentando a quien se pusiera en su camino y cargando con unos cuantos heridos en sus espaldas.

Con todos estos datos, resulta curioso encontrar opiniones que apoyan y celebran el accionar de José Barrita. Fue él quien creó la “Fundación Jugador Número 12” que se dedicaba a hacer beneficencia, sobre todo contribuyendo con los hospitales de niños. Pero la incógnita que surge frente a la existencia de dicha fundación es de qué manera era sostenida. Y la respuesta, hoy en día, se vuelve un tanto obvia: extorsiones varias a jugadores y dirigentes para que realizaran sus aportes desinteresados. Aunque no se puede pecar de ingenuos y dejar de pensar en que una institución sin fines de lucro como lo es una fundación, queda exenta de pagar cualquier tipo de impuestos al estado, lo que deja entrever algún tipo de beneficio para la dirigencia de un club tan poderoso como siempre lo fue Boca.

Barrita se fue haciendo conocido, no sólo en el mundo futbolístico, sino en los medios en general. Era habitual verlo en lujosas fiestas; vacacionando en las mejores playas de los países vecinos. Fue él quien se encargó de llegar al mundial de México 86 uniendo nada mas y nada menos que a las hinchadas de Boca y Chacarita que, en un acto heroico se encargaron de demostrarle a los hooligans ingleses quienes y de qué eran capaces los hinchas argentinos. Una anécdota harto conocida es la que relata aquella “apretada” que sufrieron los jugadores de Boca en el predio de La Candela, donde concentraban a principios de los 80. Fue el propio Diego, quien debutaba en aquél equipo, el que comentó que casi sin darse cuenta, el predio estaba repleto de barras de Boca que venían a reclamarles, armas en mano, por llevar cuatro partidos consecutivos sin ganar.

La Doce adoraba a El Abuelo. Pero un día, la curva del éxito y el reconocimiento comenzó a descender. Aquella frase hecha “quien mal anda, mal acaba”, parecía comenzar a tener lugar en la vida de abuelo. Su debacle comenzó en el año 1993 cuando lo encontraron culpable de extorsionar a Alegre y a Carlos Heller, máximos dirigentes de Boca por esa época. Estuvo, en el verano del '94, en la feroz batalla entre las barras bravas de Boca e Independiente en Mendoza, donde hubo muchos heridos de bala en ambos bandos. Pero el episodio más triste que alejaría para siempre a El Abuelo, de la Doce tuvo lugar el 30 de abril de 1994. Un grupo de barrabravas muy cercano a él le hizo una emboscada a hinchas de River tras un superclásico en la Bombonera y el lamentable saldo fue la muerte de dos simpatizantes millonarios. No se le pudo comprobar su participación en el hecho, pero fue encarcelado -tras pasar varios días prófugo de la justicia- y luego condenado -en un juicio oral y público hecho en 1997- a 9 años de prisión por ser considerado el jefe de una asociación ilícita. Recuperó su libertad en diciembre de 1998 beneficiado por la controvertida ley del dos por uno. No volvió nunca a la cancha porque dicen que no respetó los códigos de tribuna cuando estuvo encarcelado. Se le adjudicó el hecho de mandar al frente a varios de sus compañeros de la Doce frente al tribunal que los enjuiciaba. Tanto es así que poco tiempo después de que quedara preso, en la Bombonera, colgaron una bandera con la peor frase que Barrita podía esperar: “ABUELO BOTÓN”. Casi dos años después de conseguir su libertad, el 19 de febrero de 2001, El Abuelo moría a causa de una pulmonía.

Es indiscutible que José Barrita no sólo fue un ícono de la barrabrava, sino de la mismísima historia de Boca Juniors. Es imposible no pensar en una historia donde se entremezclan héroes y villanos. Donde, además, ni los unos son tan héroes; ni los otros, tan villanos. Donde, en muchas ocasiones, se entrelazan hilos entre los “buenos” y los no tanto.

Son siete años desde la muerte de una persona que sentó precendentes, por más horrible que suene el vocablo judicial, para que hoy sucedan algunas de las cosas que suceden entre barras y dirigentes. Las discusiones y reflexiones posibles son infinitas. Quedémonos pensando en que “la culpa ES del animal, no del que le da de comer”.


1 comentario:

Marco dijo...

Que no extrañe que dentro de poco aparezaca una calle con su nombre.

Saludos.