domingo, 12 de agosto de 2007

Siempre Pato.

Hoy un emocionante cuento del Pato Pastoriza escrito por el gran escritor Eduardo Sacheri y una breve reseña de aquel campeonato continental de Independiente en 1984.

Señor Pastoriza

Cuando me enteré, casi no pude decir palabra sobre su muerte, señor Pastoriza. No se muy bien porqué. Aunque supongo que siempre me ocurre eso con las cosas que me lastiman. No puedo nombrarlas mientras me duelen mucho, o mientras son un dolor nuevo y desconocido, un dolor que busca su sitio en el cementerio de tristezas que todos tenemos en algún lugar del alma.

Pero al mismo tiempo supe, desde el momento mismo en que me enteré, temprano en la mañana, mientras escuchaba la radio al afeitarme, que escribir estas líneas, u otras como estas, señor. Eso también es algo que me ocurre con las cosas que me duelen. Se me traban en la lengua pero se me destraban en palabras, cuando las escribo. Aunque con la muerte nunca sea sencillo. Siempre es más difícil con la muerte, señor Pastoriza.

Pero si tengo la necesidad, casi la obligación, de escribirle por lo menos estas líneas, señor Pastoriza, es por algo que le debo desde hace muchos años, y que no pude agradecerle correctamente en su momento. Espero sepa perdonar, a medida que yo avance en este relato, semejante dilación por mi parte. Digamos que tiene que ver con eso de lo difícil que es lidiar con la muerte, señor Pastoriza.

Con todas las muertes. Pero dicen que nunca es tarde, de modo que tal vez sea este el momento de darle las gracias, mis propias gracias, esas que tengo demoradas desde hace tanto tiempo. Ahora que se fue usted, señor, siento que es el momento de decírselo,, o de escribírselo, que – como ya apunté – es mi modo de decírselo.

Usted no necesita que yo le recuerde, señor Pastoriza, esa hazaña de enero de 1978 cuando Independiente, con ocho jugadores, consiguió un empate imposible contra Talleres de Cordoba, como visitante y con medio mundo en contra, en la final del campeonato Nacional de 1977. Lo ganaba Independiente y lo dio vuelta Talleres, con un gol mentiroso, convertido con un manotazo impúdico que el árbitro no tuvo la hombría de anular. Sí tuvo la hombría de echar a tres jugadores de Independiente que le fueron a gritar su indignación. Y la historia estaba escrita.

Todos querían irse, llenos de bronca y de impotencia. Pero estaba usted, señor Pastoriza. Usted estaba y los detuvo. Los detuvo y los hizo volver. Los hizo volver y les dijo: “Jueguen”. Les dijo “Jueguen” y ellos hicieron caso, señor Pastoriza.

Esa noche yo no supe nada, señor Pastoriza. Me habían enviado a Villa Gesell, junto con mi hermana, a veranear con unos tíos. Esas cosas que pasan y que caudno uno es chico no se da cuenta de que lo están engatusando. ¿Cómo era posible que me fuese de vacaciones sin mis viejos ni mi hermano mayor, con lo que a todos nos gustaba el mar? Tendría que haberme dado cuenta de que había una matufia rara, con ese viaje a la playa. Pero a los diez años a veces uno se distrae y pierde las marcas, señor Pastoriza.

De manera que esa noche yo ni me enteré. Usted estaba con los brazos en alto frenando a los jugadores de Independiente; arengándolos, sosteniéndolos, y yo dormía como un bendito. Mi viejo, allá en Cautelar, fumaba como la chimenea de un acorazado con la radio pegada en la oreja, y yo soñaba como si tal cosa, fíjese que barbaridad. Usted mandaba a la cancha a Bertoni. Medio lesionado y todo, y yo no me enteraba de nada. El corazón de mi viejo latía al ritmo frenético de la pared que armaban Biondi, Bertoni y Bochini, y yo seguía en la nube más distante de los sueños. Bochini empujaba el balón hacia la gloria y yo roncaba a pata suelta. Mi viejo gritaba en la puerta de casa, para que se enterasen los vecinos, y yo como si nada, bien metido bajo la frazada porque las noches geselinas por entonces eran frescas.

Recién a la mañana siguiente algún hincha del Rojo me puso en autos de la hazaña. Yo me sentí raro. Para mí Independiente campeón eran los cantitos con mi viejo, los saltos por la casa, las banderas rojas colgadas de los muebles. No esa noticia atrasada, a cuatrocientos kilómetros de Castelar, traída por un desconocido.

Pero usted no sabe lo que fue a la vuelta, señor Pastoriza. Usted no se imagina. Con mi hermana llegamos de noche, y fue mi papá el que nos abrió la puerta. Se lo escribo y lo estoy viendo, señor Pastoriza. Alto. Levemente encorvado. Pelado. La bata que llevaba bien atada a la cintura y que no podía ocultar la ponchada de kilos que había perdido en esos meses.

Creo que primero me dio un abrazo. No estoy seguro. De lo que sí tengo certeza, porque me acuerdo de cada uno de los diez pasos que di, es que me llevó de la mano desde la puerta hasta la mesa del comedor. “Vení, tipito” me dijo. “Vení que te guardé todo”. Cosas que tiene la vida. Yo tenía diez años y él no podía decirme que se estaba muriendo. Pero podía ingeniárselas para preparar sobre la mesa todos los recortes de esa noche de fábula del 2 a 2 con ocho hombres, señor. La Nación. Clarín. La razón. El Gráfico. Goles. Entre todas las noticias y las fotos, eligió una para leermela en voz alta. “El gol lo hice con la mano” era el título, y el autor del segundo gol de Talleres confesaba la trampa. Mi papá lo leyó efurórico, airado, saliéndose de la vaina. Era la prueba definitiva de que nos habían currado y ni así, señor, ni así nos habían podido sacar el campeonato. Y había otro recorte que hablaba de usted, señor Pastoriza. De cómo se plantó y los plantó y les dijo jueguen.

Y en la noche de enero mi viejo me mostraba cada titular. Cada foto. Y yo miraba los recortes y lo miraba a él. Mierda que era invencible. Flaco y todo. Enfermo y todo. Medio muerto y todo. Señalaba con el dedo los papeles y el partido se levantaba desde la mesa para que yo lo viera. Los marcaba con el dedo índice y era Moisés abriendo de punta a punta las aguas del mar Rojo. Adán tocando la mano de Dios. Bochini empujando la bola, dos a dos y a cobrar. Usted no sabe lo que era ese hombre. Señor Pastoriza.

Tengo esos recortes guardados en mi casa. Tal vez alguna vez junte el valor de ir a buscarlos. No lo sé temo que si abro la bolsa verde en la que los tengo escondidos se escapen, también, todas las lágrimas.

Pero mi debilidad no tiene que ser ingratitud. Por eso, gracias, señor Pastoriza. Por ese campeonato de leyenda que me dio la oportunidad de dar la última vuelta olímpica con mi viejo, sobre la mesa del comedor, mientras el le hacía las últimas gambetas a la muerte.

Ya ve que no es porque sí, que usted se muere y yo me acuerdote estas cosas. Será mas bien que Independiente es un puente que perpetuamente me conduce a mi viejo. Y bueno. Usted estuvo siempre parado en ese puente.

Así que gracias, señor Pastoriza. Gracias y hasta siempre.


Eduardo Sacheri.


Luego de nueve años, volvió la Copa

La fantástica década del ´70 había terminado. Las historias de ese multicampeón ya tenían la trascendencia de un mito. Pero Independiente aún tenía mas para dar. Siempre liderados por el genio inagotable de Ricardo Bochini y conducido tácticamente por otro símbolo del club Jose Omar Pastoriza, el Rey de Copas en 1984, se preparaba para demostrar que no había perdido el vicio de ganar una vez más Libertadores.

Nueve años habían pasado de aquella mágica consagración en Paraguay, pero la magia de Bochini seguía intacta. Y si estaba su talento, todo era posible. Pastoriza armó un quipo destinado para campeón: la seguridad de Carlos Goyén en el arco; Néstor Clausen, Hugo Villaverde, Enzo Trossero y Carlos Enrique apostados en defensa, Ricardo Giusti y Claudio Marangoni encargados de la marca y la distribución; Jorge Burruchaga y Bochini para la creación y José Percudan y Alejandro Barberón en ataque. La travesía sería larga, pero el grupo estaba dispuesto a sortearla.

Empató 1 a 1 con Estudiantes en La Plata, , derrotó 1 a 0 a Sportivo Luqueño en Paraguay y cayó ante Olimpia por 2 a 0 y 3 a 2 respectivamente en Avellaneda.

En las semifinales los rivales seguirían haciendo de fuste: Nacional de Montevideo y la Universidad de Chile. Pero para esta instancia el equipo ya estaba mucho más consolidado y compacto.

Con un funcionamiento eficiente en defensa y oportuno en ataque empataron los dos partidos como visitante y ganaron en Avellaneda. Era tiempo de una nueva final. Enfrentaba al último campeón de la región y también ganador de la Intercontinental, el Gremio de Brasil. En Porto Alegre redondeó una actuación perfecta y lo derrotó por 1 a 0. Para el partido de vuelta en Avellaneda, Independiente sacó a relucir todo su oficio y consiguió el empate sin goles para dar una nueva vuelta olímpica. El Rey de Copas volvió a ser el más grande, a ocupar el lugar que la historia del fútbol interclubes le tiene guardada, el del campeón del contienente.


100 años de Independiente. Libro del diario Clarín.


1 comentario:

Marco dijo...

Excelente!